viernes, 6 de mayo de 2011

Haroldo Conti: PREMIO y CONDENA

A propósito de Mascaró, el Cazador Americano
por Humberto Bas

Es extraño el itinerario de Mascaró, El cazador Americano, quizá la mejor novela de Haroldo Conti, y más quizás aún, una de las mejores novelas publicadas en la década del 70. Una novela asiduamente leída, que estaba llamada para conformar un clásico, desaparece de repente de la consideración de nuevos lectores/as, y queda simplemente en al retina de quienes la leyeron cuando entonces.
Intentar comprender este fenómeno, implica intentar comprender el itinerario o los modos en que en diferentes épocas se lee o se vivencia la actividad artística.
Si existe algo que pueda llamarse Política de la literatura, ese algo debe ser diferente de la Política de la política, pues cuando ambas Políticas se funden, una de las dos, o ambas se neutralizan.
Algo de eso quizá fue lo que sucedió con el Mascaró… de Conti.
Publicada en 1975, corazón de los años 70, y premiada en el mismo año por Casa de las Américas, la novela estuvo condenada a no ser leída de otro modo que políticamente. A eso contribuyeron la militancia política del autor y cierta peculiaridad de la trama de la novela.
La cuestión aquí, no es rechazar una lectura política de la literatura, sino objetar que la misma se agote en la búsqueda de alegorías y de mensajes constructivos, como si la razón final de la literatura fuera el de aportar argumentos “más bonitos” para ciertas causas. Tal como hoy ocurre con el uso abusivo de los textos de Galeano. Como si Galeano fuera el libretista de los argumentos político de la militancia.
Esta concepción, acorde con la idea de “ la literatura al servicio de..” reduce a la experiencia literaria en una práctica mecánica y a los libros en particular a una especie de manual prescriptivo de la acción.
He ahí donde la Política de la política (la de izquierda) se funde con la Política de la literatura y la fagocita. No se hace otra cosa cuando se contrabandea la pregunta típica de los programas partidarios y de las asambleas a la lectura del libro: ¿cual es la propuesta?
Uno, puesto en el lugar del libro, se desconcierta. Tartamudea, y se plantea: ¿acaso tengo que proponer algo?, o peor aún, ¿no era obvia la propuesta? Cualquier libro que se precia de ser libro se niega a responder preguntas por fuera de su ser libro. Un libro explicado es un libro a medias, y un libro a medias es cualquier cosa, menos Libro.
Se escribe en una época y se lee en varias. Conti escribió en esa época donde, en muchos casos, la tensión del escritor era la tensión del militante. Algo quizá desconocido para un escritor de nuestra época. Y rastros de esa tensión se nota en Mascaró... Se lo puede ver en la gestualidad concesiva, guiños que a la luz de una lectura actual (también epocal) resultan innecesarios. Allí está Oreste, el personaje principal, cambiando su historia, dejando todo atrás, fundándose a si mismo en ese pueblo costero de Arenales, esperando la llegada de un barco llamado El Mañana, que lo llevará a otro lugar; está el Circo del Arca y su deriva por pueblitos ignotos dejando a su paso esperanzas y rebeliones. Seguramente episodios y escenas en el que el lector epocal puede vivenciar sus expectativas por interpósitos personajes. Está, en ese fraseo puntilloso y preciosista de Conti, como al boleo una que se repitió hasta el hartazgo en las citas: Si uno se suspende en la punta de los pies el mundo se alarga unos metros.
¿Cual es la Política de una Literatura entendida así? Acaso la realización de los sueños en la fantasía, acaso el encuentro de nosotros con nosotros mismos (hoy sería de uno con uno mismo) en un escenario donde ya está todo dado y sólo habrá que alcanzar el final que es la conciliación. ¿Y si fuera así, en qué se diferencia esta Política de las tan menospreciadas telenovelas venezolanas?
Y qué hay de esa sensualidad festiva, esa dilución amorosa del narrador en el paisaje y en los personajes, esa levedad que inunda la escena y sobrecoge desde un estilo propio (¿diletante?)?, ¿qué es de esa prosa que prioriza los sentidos, que hace brotar sensaciones raspando letras, donde la música y el olfato y el gusto trasiegan la experiencia de lectura?, ¿qué hay de ese pueblito lumpen como Arenales que vegeta en armonía con el mar, de Cafuné cuya vida es soplar y soplar la flauta de hueso, de la sensual Pila de entrepiernas aquiescentes, qué de todo ese batifondo en el que deviene el Circo del Arca, una alquimia altisonante en el que los que ya son desparraman el querer ser de los que aún no llegaron a ser?
Mascaró no se agota ni en esta ni en ninguna lectura. Lejos de las inmediateces que imponen los contextos, queda cierta “esencialidad” de la práctica literaria, aquella que es irreductible a la simplificación de la Política de la política, y en la que resuelve su propia Política, o sea, su peculiar forma de ser revolucionaria.

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