miércoles, 19 de mayo de 2010

VARLAM SHÁLAMOV - El Dante del Infierno Stalinista- I



Kolymá y La Divina Tragedia

(La Poronguita Nº 14, 2003)


Varlam Shalámov cuenta en su “Noches Atenienses” que según Tomas Moro, las cuatro necesidades básicas del ser humano son: la necesidad de satisfacer, el hambre; el deseo sexual, la necesidad de orinar, y la de cagar.

Pero Tomas Moro nunca estuvo en un campo de concentración.

“En el campo nos privaban justamente de esos cuatro placeres fundamentales. Las autoridades consideraban el amor una necesidad que podía ser eliminada, encadenada, desfigurada... «No volverás a ver un coño vivo en todos los días de tu vida» era la mayor agudeza que se les ocurría a los jefes del campo.”

“El hambre era insaciable y nada puede compararse con esa sensación de hambre constante que era el estado habitual del preso de los campos (...) Junta escudillas en el comedor, lame los platos de otros, recoge las migajas de pan en la palma de la mano y las atrapa con la lengua y todo eso no hace sino despertar en su estómago una reacción puramente cualitativa. Satisfacer un hambre así no es sencillo, es imposible. Coma lo que coma, en media hora querrá comer otra vez.

¿El placer de orinar? La incontinencia urinaria es una enfermedad masiva en el campo, donde se pasa hambre y los despojos humanos agonizan. ¿Qué placer puede haber en orinar, si desde la litera de arriba te chorrea la orina ajena sobre la cara? Pero aguantas. Sabes que estás acostado en la litera de abajo por casualidad, pero podrías estar en la de arriba y entonces tú orinarías sobre el de abajo. Por eso tus insultos no van en serio, lo que haces es secarte la orina de la cara y seguir durmiendo con un sueño pesado en el que sólo ves una cosa: barras de pan que vuelan planeando como ángeles en el cielo...

¿Defecar? La defecación para los despojos no es una tarea sencilla. Abrocharse los pantalones con un frío de cincuenta grados bajo cero es algo superior a sus fuerzas, y además el despojo sólo defeca una vez cada cinco días (...). Arrojar pelotillas de excremento seco significa que el organismo ha exprimido todo lo que puede ayudarlo a conservar la vida.

Ningún despojo humano experimenta satisfacción o placer al defecar. Al igual que al orinar, su organismo trabaja independientemente de su voluntad y el despojo debe darse prisa en quitarse los pantalones. El preso astuto, reducido a un estado semianimal, aprovecha la defecación como un descanso, como un respiro en el vía crucis de la mina de oro. Es su única astucia en la lucha contra el poderío del Estado, contra ese ejército de millones de soldados escolta, de organizaciones sociales y de instituciones estatales. El despojo humano se opone a esa fuerza colosal con todo el instinto de su trasero.

(...) Los intentos de descansar desabotonándose los pantalones y sentándose un segundo (un instante menos que un segundo) para librarse de los tormentos del trabajo, son dignos de respeto. Pero estos intentos los hacen sólo los novatos, ya que luego es más difícil y más doloroso enderezar la espalda. Pero el novato utiliza a veces este método ilegal de descanso y hurta, roba algunos minutos a la jornada de trabajo estatal.

Entonces, el escolta interviene con el fusil en las manos para desenmascarar al peligroso criminal-simulador. En la primavera de 1938 fui testigo, en la galería de una mina de oro, en el yacimiento Partisan, de cómo un soldado de escolta, agitando el fusil, le exigía a mi compañero:

«¡Muéstrame tu mierda! Es la tercera vez que te sientas. ¿Dónde está la mierda?»

Estaba acusando a uno de los casi cadáveres de ser un simulador.
No encontraron la mierda.

El despojo humano Seriozha Klivanski, mi compañero de universidad, segundo violín del Teatro Stanislavski, fue acusado ante mis ojos de sabotaje, de descanso ilegal, mientras defecaba bajo un frío de sesenta grados bajo cero; fue acusado de detener el trabajo de la cadena, de la brigada, del sector, de la región, del Estado. Igual que en la conocida canción sobre la herradura a la que le faltaba un clavo.1 Acusaban a Seriozha no sólo los guardias, los escoltas y los jefes de equipo, sino también sus compañeros de trabajo, de ese trabajo que cura y redime de todas las culpas.

En efecto, no había nada en el intestino de Seriozha. Tenía, eso sí, enormes ganas de defecar. Pero habría sido necesario ser médico, y además no de Kolymá, sino un médico de la capital, experimentado, anterior a la revolución, para comprender y explicar todo eso a los demás. Seriozha esperaba que lo fusilaran por el simple hecho de no haber tenido mierda en el intestino”.

Varlam concluye que aún si las cuatro necesidades (...) habían sido pisoteadas, rotas, estrujadas, (...) su exterminación todavía no señalaba el final de la vida..(...). Después de la resurrección (...) el prisionero del campo de concentración se sentaba en el «ojo», siguiendo con interés el movimiento de algo suave y tibio que se arrastra por su intestino ulcerado sin dolor, como si al excremento le diera pena dejar las tripas. El excremento caía en la fosa, salpicando, con un chapoteo, y se quedaba flotando mucho tiempo en la superficie, sin encontrar su lugar. Ése era el principio del milagro. Y he aquí que ya podías orinar –incluso por etapas– deteniendo la orina según tus deseos. Y esto era también un pequeño milagro.

Y he aquí que, de forma más aguda que el pensamiento sobre la comida, surge una nueva necesidad, una exigencia completamente olvidada por Tomás Moro en su burda clasificación de las cuatro necesidades humanas.

La quinta necesidad es la necesidad de la poesía.”


Por la Nieve

¿Como se abre camino en la nieve virgen? Un hombre echa a andar, suda y blasfema, avanza sin apenas poder mover los pies, hundiéndose a cada instante en la esponjosa y profunda nieve. El hombre se marcha lejos, marcando su camino can irregulares hoyos negros. Se cansa, se acuesta en la nieve, enciende un pitillo, y el humo de la majorka[1] se extiende en una nube azulada sobre la nieve blanca y brillante. El hombre ya se ha marchado lejos, pero la nube sigue suspendida en el lugar en que se había detenido a descansar: el aire es casi inmóvil. Los caminos se abren siempre en los días de calma, para que los vientos no barran los trabajos de los hombres. El hombre se marca sus propios puntas de orientación en la infinitud nevada: una roca, un árbol alto. El hombre guía su propio cuerpo par la nieve del mismo modo que un timonel dirige la barca par el ría de un saliente a otro.

Tras el angosto e inseguro rastro trazado se mueven cinco a seis hombres pegados el uno al otro, hombro can hombro. Pisan junto a la huella, pero no en ella. Al llegar a un lugar señalado de antemano regresan, y de nuevo caminan de manera que se aplaste la virgen superficie nevada, el espacio aún no hollado por pie humana alguno.

El camino esta abierto. Par él puede ir gente, convoyes de trineos, tractores.

Si se sigue tras los pasos del primer hombre, huella a huella, se formará un sendero visible pero difícilmente transitable y estrecho: una trocha y no un camino, lleno de hoyos par los cuales es mas difícil avanzar que par la nieve virgen.

El trabajo mas duro es para el primero, y cuando a éste se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, de aquel mismo quinteto de cabeza. De entre los que siguen los pasos del primero, cada uno de ellos, incluso el mas pequeño, el mas débil, debe pisar un pedazo del manto nevado y no alguna otra huella.

Y sobre los tractores y a caballo no viajan los escritores, sino lectores.

1956


[1] Se trata de una especie de tabaco muy áspero y basto, semejante a la picadura




jueves, 13 de mayo de 2010

MATAR A UN NIÑO ( Stig Dagerman)


M.P.
El 4 de noviembre de 1954 Stig Dagerman se encerró en el garaje de su casa de Enebyberg, puso en marcha el motor de su coche y se recostó a esperar la muerte. Tenía treinta y un años y era la joven estrella de las letras escandinavas. O al menos lo había sido : entre 1944 y 1949 escribió cuatro novelas, cuatro obras de teatro, un libro de relatos, un reportaje sobre la Alemania de posguerra y cientos de artículos, crónicas y poemas.



Es un día suave y el sol esta oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los 3 pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo y abrochan sus blusas. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día un niño será muerto, en el tercer pueblo, por un hombre feliz. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy harán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina, y, sin embargo, el hombre que matará al niño está al lado de la bomba de bencina roja, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira en una cámara, y en el cristal ve un pequeño carro azul, y a su lado a una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor de bencina ajusta la tapa del tanque y asegura que tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el carro, y el hombre que matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, oye la muchacha, en el asiento delantero, lo que él habla; ella cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el carro se detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y se goza del brillo y del olor de bencina y de ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el carro, y el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.
Pero, al mismo tiempo que, en el primer pueblo, el hombre cierra la puerta izquierda del carro y tira el botón de arranque, en el tercer pueblo, la mujer abre su alacena, en la cocina, y no encuentra el azúcar. El niño, que ha abrochado su camisa y que ha amarrado los cordones de sus zapatos, está de rodillas en el sofá y contempla el riachuelo que serpentea entre los alisos, y el negro bote que está medio varado sobre el pasto. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado y, en ese momento, pliega el soporte del espejo. En la mesa, las tazas de café, el pan, la crema y las moscas. Sólo el azúcar falta, y la madre ordena a su hijo que corra donde los Larsson y pida prestados algunos terrones. Y mientras el niño abre la puerta, le grita el padre que se dé prisa, porque el bote espera en la ribera. Remarán tan lejos como nunca antes remaron. Cuando el niño corre a través del jardín, en todo momento piensa en el riachuelo y en los peces que saltan, y nadie le susurra que sólo le quedan 8 minutos para vivir y que el bote permanecerá allí donde está todo el día y muchos otros días. No es lejos lo de los Larsson: únicamente cruzar el camino, y mientras el niño corre atravesándolo, el pequeño carro azul entra en el otro pueblo. Es un pueblo pequeño con pequeñas casas rojas, con gente que acaba de despertar, que está en su cocina con las tazas de café levantadas y observan al carro venir por el otro lado del seto con grandes nubes de polvo detrás de sí. Va muy rápido, y el hombre en el carro ve cómo los álamos y los postes de telégrafo, recién alquitranados, pasan como sombras grises. Sopla verano por la ventanilla. Salen velozmente del pueblo. El carro se mantiene seguro en medio del camino. Están solos todavía. Es placentero viajar completamente solos por un liso y ancho camino, y a campo abierto es mucho mejor aún. El hombre es feliz y fuerte, y en el codo derecho siente el cuerpo de su futura mujer. No es ningún hombre malo. Tiene prisa por alcanzar el mar. No sería capaz de matar a una mosca, pero sin embargo, pronto matará a un niño. Mientras avanzan hacía el tercer pueblo, cierra la muchacha otra vez los ojos y juega que no los abrirá hasta que puedan ver el mar, y al compás de los muelles tumbos del carro, sueña en lo terso que estará.
¿Por qué la vida está construida con tanta crueldad, que un minuto antes de que un hombre feliz mate a un niño, todavía es feliz y un minuto antes de que una mujer grite de horror, puede cerrar los ojos y soñar en el ancho mar, y durante el último minuto de la vida de un niño pueden sus padres estar sentados en una cocina y esperar el azúcar y hablar sobre los dientes blancos de su hijo y sobre un paseo en bote, y el niño mismo puede cerrar una verja y empezar a atravesar un camino con algunos terrones en la mano derecha envueltos en papel blanco; y durante este último minuto no ver otra cosa que un largo y brillante riachuelo con grandes peces y un ancho bote con callados remos ?
Después, todo es demasiado tarde. Después, está un carro azul al sesgo en el camino, y una mujer que grita retira la mano de la boca, y la mano sangra. Después, un hombre abre la puerta de un coche y trata de mantenerse en pie, aunque tiene un abismo de terror dentro de sí. Después hay algunos terrones de azúcar blanca desparramados absurdamente entre la sangre y la arenilla, y un niño yace inmóvil boca abajo, con la cara duramente apretada contra el camino. Después, llegan dos lívidas personas que todavía no han podido beber su café, que salen corriendo desde la verja y ven en el camino un espectáculo que jamás olvidarán.
-Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas-. El tiempo no cura la herida de un niño muerto y cura muy mal el dolor de una madre que olvidó comprar azúcar y mandó a su hijo a través del camino para pedirla prestada; e igualmente, mal cura la congoja del hombre feliz, que lo mató..
Porque el que ha matado a un niño, no va al mar. El que ha matado a un Niño vuelve lentamente a casa en medio del silencio, y junto a sí lleva una mujer muda con la mano vendada; y en todos los pueblos por los que pasan ven que no hay ni una sola persona alegre. Todas las sombras son más oscuras, y cuando se separan todavía es en silencio; y el hombre que ha matado a un niño sabe que este silencio es su enemigo, y que va a tener que necesitar años de su vida para vencerlo, gritando que no fue su culpa. Pero sabe que esto es mentira, y en sus sueños de las noches deseará en cambio tener un solo minuto de su vida pasada para "hacer este solo minuto diferente".
Pero tan cruel es la vida para el que ha matado a un niño, que después todo es demasiado tarde.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Py.nchoneada 1.


Una parte de esta novela fue publicada en el Enquire Magazine bajo el título de: The World (this one), the Flesh (Mrs. Oedita Mass), and the Testament f Pierce Inverarity”, otra parte apareció en el Cavalier, gran bretaña en 1967. El título final, “The Criyng of Lot 49” fue traducido como “La Subasta del Lote 49”.
El perspicaz F. L. lo descubrió en una vitrina de usados en la calle EEUU (San Telmo) y lo rescató para la causa. Se agradecerá eternautamente.
F. L no se detiene en el hecho causal como fortuito del hallazgo, sino que, tocado por ese genio paranoico py.nchoniano, indaga el porqué del título, y descubre que la traducción de Lot por Lote es pobre, que Lot además es el nombre del sobrino de Abraham, aquel que tras acompañar a su tío a las tierras de Canaan, decide separarse de él para ocupar las llanuras de…..¡ Sodoma y Gonorrea! El resto de la historia es vox populis, los Ángeles que visitan a Lot, los sodomitas y gonorreicos que rodean la casa de Lot e intiman a Lot para que entregan a los Ángeles así los empartuzan, Lot que se niega y ofrece a cambio a sus dos hijas vírgenes (familia extraña la de Lot y Abraham, uno que ofrece a su hijo en holocausto, el otro a sus hijas, y después no entendemos el fenómeno sociológico de la trata de blancas…!), luego la fuga y la mujer de Lot (Edith, Judith?, help!) que se convierte en estatua salada.
F. L que es políglota, dice: […] además, Crying también es alarido, llamado desesperado...También, si sumamos 49 y tenemos 13, en Génesis 19, versículo 13, aparece el ángel que le dice a Lot que es grande el clamor (el Crying) y que por eso Yaveh va a destruir la ciudad...y vemos que son todos números primos... 49, 13, 19, etc. Y si le damos una vuelta de tuerca... cuando en inglés se dice "lot".. .significa "mucho"... y ese es el nombre del vendedor de autos usados y DJ, Muucho Mas, marido de Edipa, la protagonista.. Mucho = Lot. Entonces el panorama de la novela cobra otro matiz… pero de ello nos ocuparemos en el próximo correo Post…al.

lunes, 3 de mayo de 2010

La Mala Costumbre (Cuento)



Señora, ¿nos deja sacarle una foto
en tetas para ilustrar un
cuento?








(Pablo Yoiris, primer premio del concurso del Fondo Editorial Neuquino, con Los Buscamuertes.
Este cuento obtuvo mención especial Concurso del Encuentro de Escritores de Pto. Madryn)





A Yukio Mishima

Hoy decidí llegar temprano a casa otra vez, sin avisar. Caminé sigiloso por el pasillo en penumbras, buscándola, y cuando entraba en living la sorprendí escondiéndose la teta debajo de la camisa. El bebé en sus brazos, dormido y con la boca medio abierta. No sé por qué lo hace. Ya no da leche, y hasta el volumen y la tersura necesarios para que el contacto sea humano debe haberse perdido. La saludo y se lo quito. O es lo que imagino, porque en realidad ella lo pone en mis brazos con una suavidad exagerada. Me repliego, voy a la habitación con el bebé ovillado contra mi pecho. Perturba imaginar ese pezón viejo y ajeno sometido a la inocente succión. Me pregunto una vez más por qué lo hace. Ella ha parido y criado a sus propios hijos, parece ser una persona responsable, sobria. Sin embargo persiste en la rutina de darle de su teta. Darle nada. Hasta hoy cabía la duda pero ya no, es evidente que lo hace. Escucho que se dirige a la cocina. Supongo que esperará hasta que llegue mi mujer para irse, como hace siempre. La rutina. Mientras, habrá de entretenerse mirando televisión, planchando, sin esperar a que yo salga. Sabe que estoy acá, en mi cama, con el bebé dormido a mi lado. Con el dedo índice le bajo un poco el labio inferior y huelo. Le huelo toda la cara. Me preocupa su salud. Había estado demorando mis averiguaciones para saber si corremos algún tipo de riesgo, con la esperanza de que sólo fuese una costumbre pasajera, pero con la evidencia de hoy, con mi llegada prematura y silenciosa, se hace impostergable saber a qué atenernos. Hace unos días se lo insinué a mi mujer. Hizo un gesto de repulsa, casi retándome por hacerle imaginar algo así. Es evidente que a ella le desagrada más que a mí, tal vez por una cuestión de género. Hoy casi todo se explica en base a una cuestión de género. Negó rotundamente la posibilidad, pero soy testarudo y me congratulo, en el encierro de mi habitación, con la proximidad del bebé dormido que busca mi calor, por haber sostenido la sospecha. Además existe la nefasta posibilidad de que me esté mostrando sólo a mí su ritual, sin testigos. Un comercio de información entre nosotros dos como un duelo de vaqueros. Ahora, qué hacer. Una acusación de este tipo, siquiera una respetuosa pregunta, suponen su renuncia inmediata. Y la necesitamos. Es buena. Nos da confianza. Es sólo que tendrá que entender de alguna forma que esto no está bien. Me pregunto si la morderá como a mi mujer. Si será eso lo que la motiva a meterle la teta en la boca. Pienso otra vez en mi futura investigación y se me cruza por la cabeza una estúpida hipótesis según la cual, con los años, se podrían perder terminaciones nerviosas. Entonces no siente nada, tal vez un leve cosquilleo. Dije que eso no está bien, pero me ruborizo de vergüenza al imaginar que el problema pueda estar en su edad. Qué pasaría si, por ejemplo, ella tuviera veinte, treinta años menos. Si fuera fresca y hermosa, aún más que mi mujer. Una fontanera suiza de trenzas doradas. Y con leche. ¿Una nodriza así no sería un problema? La borro de mi cabeza. Queda pensar en que se trata de un acto caritativo, tiene que serlo. Suponiendo que no lo hace por placer, horrible sospecha, puede uno aceptar que encontró en ese gesto, esa ofrenda de piel inerte, la forma de hacerlo dormir más rápido. El bebé anuncia la proximidad de su despertar. Me arrojará, al decir de Kimitae, el gran escritor nacido de una familia de samurais, sus sonrisas desatinadas. Yo las observaré como algo casi inquietante y seguiré dudando acerca de cuál sea la decisión más correcta.