lunes, 14 de junio de 2010

Petit Ho-Menage a Wilson Bueno


El escritor brasileño (paranaense) Wilson Bueno, considerado fundador literario del lenguaje trifronterizo, el portuguarañol, fue asesinado el 31 de mayo pasado, en su casa de Curitiba. Va un pequeño y postumo reconocimiento poronguitiano al autor de esa perlita inclasificable llamada Mar Paraguayo.

Mar paraguayo( fragmentito)

: hoy el niño me pôs a ouvir los rumores de la tempestade lunar: en el mormaço de la siesta, pressenti nítido y casi arfante que el chegaria: sombra y dibujo: ávida nádega: mamilos: duros muslos a cavalo: su contorno preciso: la paina castanha del pêlo: muerdo: remuerdo-me: ñandu: ñanduti: la aguja trabaja: crochê: caracol: curva: la línea: la linha: la araña: ñandu: todo el niño se acuerda em mi: y já me estremece un eriçar de piel y pêlo: soy yo el enigma y lo alforje esfinge: hay que devorarlo a el siempre imprevisto: dibujado en la tanga su sexo ostensivo: mas sobretodo los ojos verdes contra la cara de risa y sol: lo tôrax en los embates del viento e del lamiento: a bailar en la siesta: sueño: soy su araña: álgebra: pronta jibóia: toda me enlambe su língua destra: todo lo unto de cuspo y baba: humores: suores: los miasmas: sudor y colera: espasmos: la siesta me pone abrasado el útero profundo: el niño: súbita ñandu: puede que ponga su língua a lenta y me percorra: de los pies al cielo en luto donde vislumbro los rumores de la tempestade lunar: lábio premindo lábio: araña y grêlo: la dança de su boca: ñandu: el arpón de la aguja avança sobre la linha en trenzada línea: antes del nudo los caprichos de la meada: ñandurenimbó: fuerzo su cabeça contra mi boca: borro-lhe batón: el borrador: borrar la linha: la siesta: mi grito: nunca olvidar el gemido que tuvo el niño antes de que todo y tudo se transformasse: telaraña, neblina y nubes en los rumores de la tempestade lunar: de uno solo gemido mortal: mio y dele: la faca en fuego de su lanza: lanzada: punto: ñanduti: ñandu: la tela va aborrindo: las luces se pierden en el azul más nocturno: telaraña: ñandu: el niño mañana puede que retorne: puede que sea aún otra vez y nuevamente solo la projeción oblíqua de la marafona que apena: ñandu: espreito apenas: esto niño que marcha por las piedras de la calçada sin sequer saber que sobrexisto: acá en el entardecer: sueño de sueño hecho la rubra capitulación de uno ente que solo puede verlo: a el que imponente marcha: dirección del mar: su gusto de concha y sal: teço y teço y teço telaraña ñanduti: renda: rendados: rendêra imaginación fabril: higuêra h ora: iguana: ñandurenimbó: en la siesta: hoy en estos martes sufocados: miércoles medrados: après-midi: el fauno: tuvo a el niño a dentadas y mordeduras: yo lo tuvo em mi ventre entrañado: ñandu: telaraña: ñanduti: solo el no lo sabe: y sigue en el mar su gusto y sêmen: ni el sexo h á de tampar estos traçados: evaporable véu: ñanduti: transparência y luces: ñandu: ñandurenimbó:

http://www.germinaliteratura.com.br/pcruzadas_wilsonbueno_jun2007.htm

martes, 8 de junio de 2010

Varlam Shalamov II

De Noche
La cena había terminado. Glébov lamía sin prisas el plato; barrió con la mano hasta la última miga de pan sobre la palma izquierda y, tras acercársela a la boca, lamió con esmero las migas. Sin tragar paladeó cómo la saliva en la boca envolvía ansiosa y abundante la diminuta bola de pan. No habría podido decir si le resultaba sabrosa.
El sabor era algo distinto, algo demasiado pobre comparado con la sensación apasionada que, cegando todas las demás, le proporcionaba la comida. Glébov no se apresuraba a tragar: el pan se fundía solo en la boca y se esfumaba rápidamente.
Los ojos hundidos, brillantes, de Bagretsov no se apartaban de los labios de Glébov. No existía voluntad, por poderosa que fuera, capaz de arrancar la mirada de la comida que desaparecía en la boca de otro. Glébov tragó la saliva y al instante Bagretsov transportó su mirada al horizonte, hacia la enorme y anaranjada luna que se asomaba al cielo.
-Es hora -dijo Bagretsov.
Marcharon en silencio por el sendero que conducía a la roca y ascendieron hasta un pequeño terraplén que rodeaba un otero.
Aunque el sol hacía poco que se había puesto, las piedras, que durante el día abrasaban a través de los chanclos de goma el pie desnudo, entonces ya estaban frías. Glébov se abrochó el chaquetón. El caminar no le hacía entrar en calor.
-¿Queda aun lejos? -susurró.
-Bastante -contestó en voz baja Bagretsov.
Se sentaron a descansar. No había nada de qué hablar, ni en qué pensar tampoco: todo era claro y simple. Sobre un llano, al final del terraplén, se amontonaban unas piedras removidas y musgo arrancado y ya seco.
-Hubiera podido hacerlo solo -comentó burlón Bagretsov-, pero entre dos es más entretenido. Además, por un viejo compañero...
A los dos los habían traído aquí en el mismo barco, el año anterior.
Bagretsov se detuvo.
-Hay que tumbarse, pueden vernos.
Se echaron sobre el suelo y comenzaron a apartar las piedras. No eran piedras grandes, de las que no se podían levantar y trasladar entre dos; los hombres que las habían amontonado allí por la mañana no eran mas fuertes que Glébov. Bagretsov lanzó un sordo denuesto. Se había desgarrado un dedo, le salía sangre. Cubrió con arena la herida, se arrancó un pedazo de guata del chaquetón y se apretó el dedo. La sangre no se detenía.
-Mala coagulación -comentó indiferente Glébov.
-¿Tú qué, eres doctor? -preguntó chupándose la sangre.
Glébov callaba. La época en que había sido médico le parecía muy lejana. Además, ¿había existido de verdad aquel tiempo? Demasiado a menudo le parecía que el mundo que se hallaba tras montañas y mares no era más que un sueño vago, una quimera. Lo único real era el instante, la hora, el día, de diana a retreta. Más allá no se aventuraba a asomarse, tampoco se encontraba con fuerzas para ello. Igual que los demás. No conocía el pasado de quienes le rodeaban, tampoco le interesaba. En cualquier caso, si mañana Bagretsov se presentara como doctor en filosofía o mariscal del aire, Glébov lo creería sin pensarlo dos veces. ¿Había sido el médico en algún tiempo? Había perdido no sólo el automatismo de sus juicios, sino también el de la observación. Glébov veía como Bagretsov se chupaba la sangre del sucio dedo, pero no dijo nada. Era algo que sólo se le había deslizado por la mente, pero no podía encontrar en su fuero interno la voluntad para reaccionar ante ello, aunque tampoco la buscaba. La consciencia que le restaba y que, tal vez, ya no fuera siquiera consciencia humana, tenía muy pocas aristas y ahora estaba dirigida sólo a una cosa: retirar cuanto antes aquellas piedras.
-¿Debe ser profunda? -preguntó Glébov cuando se echaron a descansar.
-¿Cómo quieres que lo sea? -dijo Bagretsov.
Y Glébov entendió que había dicho una tontería y que la fosa ciertamente no podía ser honda.
-Aquí está -dijo Bagretsov.
Alcanzó a tocar un dedo humano. El dedo gordo de un pie asomaba entre las piedras; a la luz de la luna se distinguía perfectamente. El dedo no se parecía a los de Glébov o Bagretsov; pero no por su rigidez y color mortecino, en eso había muy poca diferencia. La uña estaba cortada y el propio dedo parecía mas rechoncho y blando que el de Glébov. Retiraron rápidamente las piedras que cubrían el cuerpo enterrado.
-Qué joven -dijo Bagretsov.
Con gran esfuerzo, entre los dos sacaron el cadáver por los pies.
- Y fortachón -dijo Glébov casi sin aliento.
-Si no hubiera sido tan fuerte, lo habrían enterrado como a los demás, y entonces no habríamos venido aquí hoy.
Levantaron los brazos al muerto y le sacaron la camisa.
-Los calzones están nuevos del todo -dijo satisfecho Bagretsov.
También le quitaron los calzones. Glébov se guardo el montón de ropa dentro del chapetón.
-Mejor que te la pongas -dijo Bagretsov.
-No, no quiero -farfullo Glébov.
Volvieron a colocar al muerto en la fosa y la llenaron de piedras.
En lo alto, la luz azulada de la luna caía sobre las piedras, sobre el bosque ralo de la taiga. Mostraba cada saliente, cada árbol bajo un tono peculiar, distinto del diurno. Todo parecía real a su manera, pero no como durante el día. Era como si se tratara de la segunda cara, la nocturna, del mundo.
La ropa del muerto se había calentado junto al cuerpo de Glébov y ya no parecía ajena.
- Ahora un pitillo ... -dijo Glébov sonador.
- Ya fumarás mañana.
Bagretsov sonreía. Mañana venderían la ropa, la cambiarían por pan y, quien sabe, a lo mejor conseguían algo de tabaco ...
1954